8/22/2005

Invisible sobre ruedas

Carlos Alberto Patiño

Si usted quiere hacerse invisible, no necesita impetrar a Hades, cuyo casco otorgaba a sus favoritos para desaparecer a las miradas de sus prójimos. Tampoco tiene que rogarle a Agnus, el dios celta del amor, que dejaba a sus consentidos usar su manto de invisibilidad. Vamos, ni siquiera tiene que pedirle a Harry Potter que le preste la capa que le legó su padre.
No, para desaparecer, únicamente tiene que montarse en una bicicleta.
Me consta.
Se sube usted a uno de estos vehículos de dos ruedas y, automáticamente los conductores de cualquier tipo de transporte, lo ignorarán.
Trate de circular por cualquier avenida y lo comprobará.
Le van a abrir las portezuelas al paso, seguro.
El pasaje de microbuses y taxis descenderá exactamente sobre usted.
Intente cruzar la calle con el siga de su parte. Si no lo hace cubierto por otro vehículo, se le vendrá encima cualquier cafre. En la lógica de los conductores, un ciclista cuenta menos que un peatón.
¿No me cree? Súbase a una “bicla” y trate de sobrevivir.
Pero no pedalee por las inútiles ciclopistas. Hasta ahora, a los lugares a donde debo desplazarme no coinciden con los peje-sheinbaun delirios.
Láncese a las pruebas duras.
Intente circular por Revolución, acérquese a Cuauhtémoc. Pruebe a sobrevivir en el Eje Central.
Una vez, en la segunda sección de Chapultepec, donde parecía haber cierta seguridad, un tipo paró su auto y abrió la portezuela- Su perra, una hermosa golden retriever, salió corriendo cuando el amo terminó de abrir.
Lo malo es que no me dio tiempo de frenar. La perra se puso a mi paso.
El golpe que le di y el que yo obtuve en el asfalto nos paralizó.
El dueño se atrevió a sugerirme que castigaría a la perra...
Imbécil, la perrita sólo respondía a sus impulsos. Si alguien debió recibir una reprimenda era él, el estúpido conductor.
Hay un antídoto para la invisibilidad del ciclista.
Va así.
Un día pedaleaba por San Angel. La subida de Insurgentes a CU es pesada. Me detuve frente al Sanborns. Un momento, para tomar aire.
Llegó una tipa en un auto de lujo. Lo enfiló hacia el espacio que yo ocupaba. Todo el que puede abarcar una bicicleta.
Me hizo señas de que me quitara. Ella debía estacionarse.
No me moví.
Ella insistió. Cuando le dije, señora, el lugar está ocupado, yo estoy aquí, me miró incredulísima. ¿Una simple bicicleta me priva del estacionamiento? Se lo reiteré. El lugar estaba ocupado. Me maldijo, y se fue.
Pero yo cobré el triunfo. Dejé de ser invisible para los manejadores.
Hubo mérito. N´est-ce pas?

8/07/2005

Regalo

Carlos Alberto Patiño

¿Cómo se la presentas?¿Cómo le explicas esta ciudad a unos ojos azules que vienen de fuera?
¿Empiezas por sus avenidas o por los vericuetos de sus callejones?
¿Le cuentas de la cuadrícula que trazó Hernán Cortés con el alarife Alonso García Bravo?
¿Le narras cómo se expandió para ser uno de las más grandes del mundo o la llevas a esos minúsculos rincones que avivan los placeres?
¿Serías capaz de advertirle de los riesgos de viajar en taxi o la llevarías a ver tus sitios favoritos?
¿Le dirías de los riesgos de los sismos o la paseas en una trajinera?
¿Tendrías el valor de contarle cuántas mujeres están en prisión por salvar a su hombre, o le contarías las leyendas de sus calles?
¿Preferirías llevarla a recorrer las veredas coloniales que le dieron fama?
¿La llevas a mirar las hornacinas del viejo primer cuadro o le muestras los excesos de la arquitectura naïve que se extiende por la ciudad?
¿Le presentas a los viajeros de la noche o le ofreces las delicias de un amanecer?
¿Qué ciudad le vas a dar? ¿La que padecemos cada día o la que nos enamora?
¿La que seduce o la que te cobra?
¿La magnífica o la nefasta?
¿La que podemos recorrer o la que nos rebasa?
¿Se la damos así?
Dejémosla que la viva, que la sienta y que luego la cuente a sus compatriotas.
Se la regalo. Así es.