5/31/2005

Inconscientes

Carlos Alberto Patiño

No quiero voltear, me dijo ella. Con ese comentario consiguió que inmediatamente yo dirigiera la vista al lado opuesto a su mirada.
Y, sí, era escalofriante. Un pequeño mozalbete de no más de tres años, sentado en el tablero del micro se sujetaba como podía para no resbalar de su “privilegiada” posición.
La madre estaba sentada en el asiento trasero del chofer, a quien supongamos que era el padre del chico.
El tipo manejaba con el sutil estilo que tienen los de su clase.
En ningún momento se le ocurrió cerrar la puerta. Ni cuando debía de dar la vuelta.
Una vuelta sin emoción no caza con el oficio, ya se sabe.
El chico se agarraba fuerte. Parecía ya tener una larga experiencia en esos vaivenes.
La madre no lo miraba, cosa que no me explico. Porque me consta que la vigilancia de las mujeres a sus críos en automática.
Pero ésta era como minusválida del instinto maternal. De otra manera no se explica.
Para cuando íbamos a descender, el niño decidió ir al asiento de su madre.
En eso oímos un balbuceo.
¡Había otro pequeño junto al asiento del conductor!
Que inconmensurable inconsciencia.

5/24/2005

Comida callejera

Carlos Alberto Patiño

Por antisaludable que sea la práctica, comer en la calles es un vicio muy extendido. Sé que no es bueno exhortar a otros a incurrir en esa forma de alimentación. De hecho, habría que desalentarla.
Sin embargo... Hoy les contaré de mis puestos antihigiénicos favoritos.
En primerísimo lugar está un expendio de birria. Es de veras digna de los mejores paladares la que preparan en la cuchilla que forman Doctor Lavista y Doctor Bernard, a una cuadra de avenida Cuauhtémoc.
La fama la comenzó a ganar con una promoción: si usted pide tacos, le regalan un consomé muy bien aderezado con la salsa característica de este platillo.
En el rumbo de Mixcoac, en Andrea del Castagno y avenida Revolución, a pocos pasos de la estación del Metro San Antonio, temprano, pero muy temprano, porque hacia las 12:00 del día ya no queda nada, hay que acudir a probar los tacos de hígado encebollado. Los preparan casi por tonelada, porque la clientela es voraz. Cientos de cebollas y de cortes de la víscera llenan la plancha de la que se desprende un aroma irresistible y que corresponde muy bien al sabor del guiso.
En Madrid y Paris, entre Reforma e Insurgentes está el puesto de “los memines”. La especialidad son los tacos de guisado, que caen muy bien a media mañana. La diversidad de los guisos revela una gran imaginación culinaria. Cada cierto tiempo aparecen nuevos platillos en el menú. Los he probado de chicharrón prensado, de bistec con papas y hasta de corazones de pollo. Cada nueva combinación de “los memines” es una agradable sorpresa para el paladar.
De los tacos de cabeza callejeros, habría mucho que discutir, pero yo recomiendo los que están en la contraesquina del mercado de Mixcoac (Tiziano y Revolución).
De gorditas y quesadillas ya resulta más complicado hablar, pues por todos lados hay ventas de estas delicias gastronómicas. Mi recomendación, las que preparan en el mercado sobre ruedas que se pone los domingos en Doctor Erazo, entre Doctor Lucio y Niños Héroes.
¿Y usted qué sugerencias haría?

5/09/2005

De madres

Carlos Alberto Patiño

Llevaron al bebé al parque (parque México). Lo pasearon, le mostraron las fuentes, los patos, las palomas y los perros.
Se cansó y su madre lo tomó en brazos.
Llegaron frente a la escultura que remata la explanada del teatro Lindbergh. Es esa de la fuente donde una mujer, con el pecho descubierto, vierte dos cántaros de agua.
El nene abrió tamaños ojos. No miraba los cántaros precisamente. Se quedó azorado con la figura. Su semblante indicaba que en su cabecita algo rebullía.
De pronto, extendió su manita y la metió por entre la blusa de su madre.

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Fue su primer festejo del Día de las Madres. Había ensayado por semanas las Mañanitas y los bailes.
Llegó de buen humor a la guardería. Hola, abuelo, dijo cuando me vio. Fue un saludo corto, porque las maestras inmediatamente lo tomaron de la mano y lo llevaron al salón.
La madre y yo nos fuimos a las sillas preparadas para la ocasión.
Se abrió el telón y ahí estaba Miguel, entre decenas de niños. Una miss les ponía el micrófono, pero no fue consciente de la vocación del niño, y nunca se lo ofreció.
Eso ya no le gustó. Dejó que el rey David terminara con su enojo e hizo mutis.
Vinieron otros bailes y cantos.
En el número final, Miguel ya no aguantó la emoción ni el pánico escénico. Apenas se abrió el telón, avanzó al frente, primero con disimulo y luego en franca carrera hasta que alcanzó los brazos de su madre.
Ya no volvió al escenario.

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(Con música de Joan Manuel Serrat)
Sí, la quiere, pero no acaba de aceptar, no acierta a entender el porqué. La chiquilla se fue de casa. La pequeña que cuidó y llevó en sus brazos salió a seguir sus propios caminos.
Conocía el pretexto inmediato –una discusión familiar-, pero eso no bastaba para justificar la salida.
Era algo más, era que la pequeña había crecido. Más rápido de lo que esperaba. Sí, muy rápido. Y la seguía viendo como a una niña...
No termina de asimilarlo. Sobre todo porque la chica había cambiado más cosas en su vida.
Sin embargo, señora, tiene que estar orgullosa. Va bien, saldrá adelante... Para eso la educó.