6/19/2005

Peculiar nomenclatura

Carlos Alberto Patiño

Andaba por la calle de la Amargura. Pero esta vez no se trataba de ningún problema con alguna mujer. No, realmente transitaba por la calle de San Angel que lleva ese nombre. Debo confesar que sí había una tipa de por medio, pero nada que justificara el uso del dicho.
Conocí esa calle por azar, en una de mis vagancias. Nunca me imaginé que efectivamente, alguien había designado así una vialidad. Me causó gran sorpresa, como se la causo a muchos cuando les aseguro que existe la tal calle. Es la continuación de avenida de La Paz, cruzando Revolución.
Otro nombre que me sorprendió fue el del callejón del Sapo. Como muchos, lo atribuía a la mitología urbana, pero no. Está en el centro. Es más, hay otros dos callejones con la misma denominación. Uno en San Lucas Patoni y otro en San Pedro Xalpa.
Una calle más que me ha llamado la atención, ésta no por rara sino porque no se me ocurriría que el villano mayor de la historia de México mereciera tener una, es Victoriano Huerta. Y además no tiene una, tiene cinco: una, más o menos explicable, en la colonia Presidentes de México, las otras están en Ampliación Lomas de Guadalupe, Francisco Villa, Lázaro Cárdenas (paradójicas, éstas dos) y Ejido de San Agustín Atlapulco.
Y si Huerta alcanzó calle, por qué no Su Alteza Serenísima, don Antonio López de Santa Anna. Tiene dos, en Martín Carrera y en Lázaro Cárdenas, pero, cosa extraña, no figura en la colonia Presidentes de México. A Miguel Miramón también le corresponden dos, en San Angel y en Presidentes de México.
Porfirio Díaz tiene 98 referencias en la Guía Roji, en cambio a Maximiliano de Habsurgo nadie le asignó calle. Nuestro otro emperador, Agustín de Iturbide, tiene 34, y el nombre de Hernán Cortés, lo llevan 6.

6/11/2005

Choque por una mujer

Carlos Alberto Patiño

Era la pubertad, profunda, escalofriante, salvaje.
El reinado de la hormona no justificaba los hechos, pero explicaba todo. Esa especie de locura, esa cauda de impulsos, esos cambios de humor.
Estaba sumido en un caos, al que trataba de disimular infructuosamente.
No hacía mucho que esos seres, antes ajenos, comenzaron a parecerle simpáticos, aunque misteriosos... En realidad, las chicas le parecían francamente atractivas.
Pero la maldita timidez lo inmovilizaba, y entonces se volvió todo ojos. Agotaba sus esfuerzos en mirarlas, pero nunca se decidía a actuar.
Culpaba a sus padres por haberlo enviado a una escuela de puros hombres. Cuan feliz hubiera sido en un colegio mixto.
No podía salir a la calle sin que se le alterara el ritmo cardíaco. Y más, si tenemos en cuenta que apenas Mary Quant había impuesto la minifalda entre las jóvenes y otras no tanto.
¡Qué desfile de piernas, qué muslos maravillosos!
Una tarde salió de su casa, rumbo a un lejano café. Caminó hasta el cruce de Viaducto con División del Norte para abordar un camión en Insurgentes.
Se aproximaba ya el transporte. Calculó que se detendría a unos metros y caminó hacia el vehículo.
De pronto, por la acera, advirtió a una chiquilla secundariana. Destacaba por su falda rosa, seguramente arremangada en la cintura para acortar la longitud (eso hacían todas las estudiantes, pues los reglamentos obligaban a llevar la falda hasta la rodilla).
El la vio, la siguió con la mirada y... Se impactó con el frente del camión.
No hubo consecuencias, pues, por suerte, el armatoste ya se había detenido. Pero las carcajadas del chofer aún resuenan en sus oídos. Y eso que han pasado más de 35 años.

6/06/2005

Suceso en la nefasta tríada de Medellín

Carlos Alberto Patiño

¡Claaaaaudia!, gritaban los parroquianos, ¡Claaaaauudia!, insistían Es el clamor del Bull Pen, cuando algún grupo de asistentes quiere una canción en especial o la concurrencia en general exige la presencia de la cantante.
Es ya una tradición, una insignia del lugar. Cómo el chiste que siempre hace ella, cuando le dedica una pieza a Rubén, “que está hasta atrás”, es decir, en el fondo del local, y también en otras profundidades.
El grito de batalla de los asiduos al Bull se originó en otro antrucho, El Jacalito, de donde fue ella atractivo principal.
Ambos forman parte de la tríada mortífera de la calle de Medellín, que se complementa con La Burbu, sitio que ya tuvo su lugar en estas crónicas (aunque ahora me desistiría de algunos elogios, pero ésa es otra historia)
Claudia cantaba en el Jacal, y en el Bull, la música corría a cargo de “El Guarapo”.
Por las veleidades de la autoridad perredista, las clausuras dejaron fuera de combate a los dos antrillos por un largo lapso, situación que aprovechó “El Guarapo” para abrir La Burbu.
Cuando abrió el Bull, el espectáculo fue de Claudia. El Jacalito, recientemente de nuevo en funciones, hubo de conformarse con la ambientación de unos dijeis, pero promete pronta música en vivo.
Todo este preámbulo es para contar una breve anécdota.
Estaban “El Profe”, “El Tío Lalo” y “El Obi” en la Burbu, escuchando los sesenteros acordes de “El Guarapo”. El tipo estaba en una vena mamilísima, criticando a la clientela de los otros bares.
Terminaba ya su número cuando, de manera espontánea, de la garganta poderosa de “El Obi” salió una consigna: ¡Claaaaudia!, ¡Claaaaaudia!.
A “El Guarapo” se le congeló el gesto..., De inmediato, el grito de guerra de los trasnochadores inundó el recinto. Las otras mesas siguieron el coro de “El Obi”.
Al cantante no le gustó nada, pero tuvo que aguantar.
Y quizá ya se dio cuenta de que no es “su” clientela, lo es de la tríada.