3/15/2005

¡Cuidado, Gregorio Segundo!

Jessica Zermeño

Durante toda su infancia Meli tuvo una seria inquietud por tener como mascota un pez. Alguna vez tuvo una tortuga, una muy grande. Que vivió en el patio de su casa y solía esconderse entre la tierra de la Duquesa, la perra pastor alemán que gustaba de perseguirla. Hasta que un día no se le vio más andar con ese particular ritmo sin presiones. Su caparazón estaba vacío.
La esperanza de tener un lindo pececito, se fue perdiendo poco a poco, por la seria paranoia de su madre.
“Los peces traen mala suerte porque son de agua salada” y cuando en algún momento a Meli se le ocurrió cuestionar tan ridículo argumento, descubrió que la mala información venía de varias generaciones atrás. Cuando la bisabuela se lo dijo a la abuela y ella a su vez a la madre de Melisa.
La adolescencia ayudó para que se olvidara de los peces. Al parecer la extraña apatía por los peces, ya experimentada en tres generaciones, estaba llegando a la cuarta. Pero se hizo más evidente cuando, Augusto, el novio de Meli, gran aficionado a los peces, trajo de nuevo ese viejo gusto infantil a su vida.
Él tenía una linda pecerita en su oficina, con varios especimenes y se propuso regalarle un pez. Ella se negó. Eso de tener peces en casa “trae mala suerte”, dijo tajante.
En cierta ocasión, le advirtieron de un gran regalo que la esperaba en casa de sus padres. Tardó ciertos días en pasar por su presente. Con gran sorpresa recibió una plantita, que detrás de su raíz guardaba un chistoso pez delta color rojizo. Melisa lo vio extrañada. Con cierto disgusto pero no podía hacerle el desaire a su madre.
Lo llevó a su departamento. El silencioso estado en el que vivía se le olvidó, porque como loca solía hablarle a quien había llamado “Gregorio”. Presumió al nuevo inquilino con todos sus amigos. Pero el gusto duró poco, sólo cuatro días. Cuando al grito de “ya llegue Gregorio”, su corazón se estremeció al verlo flotando aletas arriba. Y aquel color rojo cambió a azul. Sólo pudo tomar el teléfono y anunciar la muerte de Gregorio. Hubo quien la acusó de haberlo matado por haberle cambiado el agua sin las debidas precauciones, lo cierto es que la pérdida le dolió muchísimo.
A los dos días, su madre le entregó al renovado Gregorio Segundo, quien llegó desde hace tres semanas y a aprendido a vivir en feliz convivencia con Meli, la asesina de peces.

3/07/2005

¡Ser mujer es…!

Jessica Zermeño

Inexplicable, es necesario ser mujer para experimentar este hermoso género. En algún momento de mi vida llegué a pensar, algo que pasa por la cabeza de muchas: ¿Y si hubiera sido hombre?… Esto orillada por las difíciles pruebas que nos pone la sociedad.
Solemos ser juzgadas, no al igual que los hombres y las diferencias siempre son marcadas, sobre todo en una cultura con cortinas de un denso humo, llamado machismo.
Y desde pequeñas muchas escuchamos: ¿por qué no fue hombrecito?
Son pocos los padres que les dedican su tiempo, con la misma pasión que a sus hijos varones. Suelen hablar poco con ellas. Hacen una notable distinción entre ellos y ellas.
En la escuela, la oficina, en la calle, muchas suelen ser objeto de humillaciones cuando se les discrimina y son víctimas de algún tipo de acoso, tras esa falsa idea de que las mujeres pueden ser todo, menos un ser humano que siente y piensa.
Y aún así nos apasiona nuestra vida. La llenamos de ilusiones y alegrías. En las tardes frías, lloramos en soledad, sin una aparente explicación. Sólo porque un enorme sentimiento nos recorre.
Cambiamos de humor como logramos alcanzar las estrellas, en cuestión de segundos.
Somos capaces de sobreponernos de las peores derrotas y enmendar el camino para buscar la meta. Poco a poco hemos roto muchos tabúes y conquistado nuevos retos. El 2005 nunca será como hace un siglo.
Ser mujer es ser inocente, capaz, decidida, inexplicable, afortunada, sensible, misteriosa, inteligente, apasionada, audaz, creativa, complicada, llorona, coqueta, orgullosa, analítica, estratega, competitiva, noble, con alma de mártir, dramática, dispuesta a perdonar, a dar amor sin condiciones y a engendrar vida.
Hoy sé que si hubiera sido hombre, muchas cosas serían más fáciles, pero de verdad que habría deseado ser mujer…

Misceláneas

Carlos Alberto Patiño

Ahora los nombres están en inglés o comienzan con el prefijo latino súper. Sin embargo, las tiendas de moda no han desplazado por completo a las clásicas misceláneas. Lo que sí se ha ido perdiendo es el ingenio para denominarlas.
Por ahí queda una “Lupita” o la recurrente “Don Pepe”.
Antaño, como que había más imaginación. Recuerdo una que se llamaba “Las quince letras”. Tiempo me llevó descifrar el enigma de ese extraño nombre. Y era sencillo, sólo se debía contar los caracteres.
Otra había que se llamaba “La Y griega”, porque estaba en una bifurcación de calles. Menos misteriosa era la que se llamaba “Las seis esquinas”.
Una, obviamente influida por la propaganda de guerra, recibía el rimbombante apelativo de “La victoria de las democracias”.
“La ventanita”, como es de preverse, era un tendajón instalado en una recámara con vista a la calle.
Empero, la que más recuerdo no tenía nombre. La conocíamos como el puesto de Amadita. Sólo vendía golosinas: chicles de bola de a diez y veinte centavos, charamuscas, alegrías, trompadas y suertes, que eran un cilindro de cartoncillo forrado con papel de china y que contenía un pequeño juguete y dulces o minichicles.
En realidad, cosas simples. Únicamente para satisfacer las necesidades de un conjunto de chamacos golosos y para permitirle sobrevivir a la anciana propietaria.

3/01/2005

Para llevar

Carlos Alberto Patiño

Se llamaba Marcela. Tenía una figura estilizada, a la Marlene Dietrich o a la Andrea Palma, para ponerlo en términos más locales.
La recuerdo siempre bien arreglada. Era secretaria en el negocio de mi padre.
El relato que sigue lo conozco de oídas, pues no estaba yo en edad de presenciarlo.
Fue por un cumpleaños, un viernes social o por el puro ánimo de parrandear que un grupo de empleados decidió salir a tomar una copa. Así se dice, pero en realidad fueron bastantes más, como se verá.
Acudieron a un centro nocturno, que es como se denominaba entonces a los que ahora llaman antros. En esa época, antro era un tugurio, un sitio de mala muerte. En los centros nocturnos se bailaba y se bebía, como en los actuales antros.
Bien, menos explicaciones y más historia.
Empezaron a correr las copas de marras. Corrieron, corrieron y corrieron.
Se hizo tarde y se acabó el servicio. Los apresuraban a terminar sus últimos tragos y salir.
Había que irse, pero Marcela tenía un high ball o un martini casi entero. A ella no le apetecía tomar la bebida de sopetón ni quería dejarla. Hubo nuevas presiones de los meseros para que ya abandonaran el local. Era la época de Ernesto P. Uruchurtu, el llamado Regente de Hierro, y cualquier violación a los horarios podía significar una clausura.
-Pues me la llevo, dijo Marcela, y vertió el vaso o copa en su bolso. Con toda propiedad se levantó y dijo vámonos.
A la mañana siguiente, lo peor no fue la cruda, sino la sorpresa que se llevó cuando buscaba el bilé.