3/07/2005

Misceláneas

Carlos Alberto Patiño

Ahora los nombres están en inglés o comienzan con el prefijo latino súper. Sin embargo, las tiendas de moda no han desplazado por completo a las clásicas misceláneas. Lo que sí se ha ido perdiendo es el ingenio para denominarlas.
Por ahí queda una “Lupita” o la recurrente “Don Pepe”.
Antaño, como que había más imaginación. Recuerdo una que se llamaba “Las quince letras”. Tiempo me llevó descifrar el enigma de ese extraño nombre. Y era sencillo, sólo se debía contar los caracteres.
Otra había que se llamaba “La Y griega”, porque estaba en una bifurcación de calles. Menos misteriosa era la que se llamaba “Las seis esquinas”.
Una, obviamente influida por la propaganda de guerra, recibía el rimbombante apelativo de “La victoria de las democracias”.
“La ventanita”, como es de preverse, era un tendajón instalado en una recámara con vista a la calle.
Empero, la que más recuerdo no tenía nombre. La conocíamos como el puesto de Amadita. Sólo vendía golosinas: chicles de bola de a diez y veinte centavos, charamuscas, alegrías, trompadas y suertes, que eran un cilindro de cartoncillo forrado con papel de china y que contenía un pequeño juguete y dulces o minichicles.
En realidad, cosas simples. Únicamente para satisfacer las necesidades de un conjunto de chamacos golosos y para permitirle sobrevivir a la anciana propietaria.

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