3/01/2005

Para llevar

Carlos Alberto Patiño

Se llamaba Marcela. Tenía una figura estilizada, a la Marlene Dietrich o a la Andrea Palma, para ponerlo en términos más locales.
La recuerdo siempre bien arreglada. Era secretaria en el negocio de mi padre.
El relato que sigue lo conozco de oídas, pues no estaba yo en edad de presenciarlo.
Fue por un cumpleaños, un viernes social o por el puro ánimo de parrandear que un grupo de empleados decidió salir a tomar una copa. Así se dice, pero en realidad fueron bastantes más, como se verá.
Acudieron a un centro nocturno, que es como se denominaba entonces a los que ahora llaman antros. En esa época, antro era un tugurio, un sitio de mala muerte. En los centros nocturnos se bailaba y se bebía, como en los actuales antros.
Bien, menos explicaciones y más historia.
Empezaron a correr las copas de marras. Corrieron, corrieron y corrieron.
Se hizo tarde y se acabó el servicio. Los apresuraban a terminar sus últimos tragos y salir.
Había que irse, pero Marcela tenía un high ball o un martini casi entero. A ella no le apetecía tomar la bebida de sopetón ni quería dejarla. Hubo nuevas presiones de los meseros para que ya abandonaran el local. Era la época de Ernesto P. Uruchurtu, el llamado Regente de Hierro, y cualquier violación a los horarios podía significar una clausura.
-Pues me la llevo, dijo Marcela, y vertió el vaso o copa en su bolso. Con toda propiedad se levantó y dijo vámonos.
A la mañana siguiente, lo peor no fue la cruda, sino la sorpresa que se llevó cuando buscaba el bilé.

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