4/20/2005

Un verdadero arte

Carlos Alberto Patiño

No es un trago, es un arte, le dije.
Ella me miró intrigada. Su expresión era amable, pero no atinaba a dilucidar si se trataba de un simple comentario, de un elogio o de una franca crítica.
Tú díselo al barman, nada más. El va a entender, le respondí
Estaba en uno de mis antros favoritos, en Insurgentes y Sonora. La chica, Diana, era nueva, y, desde luego, estaba acostumbrada a servir rones, algún brandy, cerveza, si acaso palomas, piñas coladas y esa aberrante combinación llamada París de Noche.
Mi comentario me valió otra bebida de cortesía del cantinero, pues sí comprendió el sentido de mi aserto.
El coctel es sencillo, pero es un clásico.
Vermuth y ginebra, más una cereza o una aceituna.
Ya habrán adivinado qué mezcla es.
Las proporciones son muy importantes, y la textura lo es más.
De las cantidades depende que sea más o menos seco.
Pero en la textura es en donde está el verdadero quid. Los cánones lo demandan aterciopelado y traslúcido.
Esta es mi fórmula:
Primero se llena la copa con hielo frapé. Se le deja ahí mientras se hace la combinación.
En la coctelera se ponen cubitos de hielo, se agita para que todo el recipiente se enfríe; luego se añade una parte de vermouth seco por dos de ginebra.
Se bate por unos minutos. Ojo, dije se bate, no se agita.
Cuando el líquido está frío, se retira el frapé de la copa, y se vierte la mezcla en ella. Después se añade la aceituna.
Hay muchas variantes. Una vez solicité una en otro bar. Le dije, lo quiero estilo Bond. Claro, como no era mi letrado barman, no supo.
El modo del agente 007 es con vodka y muy seco.
Prepararlo requiere técnica, talento y estilo.
Por eso sostengo que es un arte, el martini, más que un simple trago, es un verdadero arte.

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