2/03/2005

El gran Melquíades

Carlos Alberto Patiño

Melquíades trabajaba en una cerrajería. Era buenísimo en su oficio, ninguna chapa se le resistía.
Tal era su fama, que los bomberos acudían con frecuencia a él para abrir las puertas de viviendas que se incendiaban.
Eso le valió el reconocimiento de propietarios que le agradecían haber evitado mayores daños por la rapidez con la que permitía el paso de los rescatadores y por salvar la puerta de recibir un buen hachazo.
El dueño de la cerrajería, don Pepe, estaba muy orgulloso de su empleado. En ratos de ocio, competían por ver quién resolvía con más velocidad el acertijo de una cerradura.
Incluso lo vi lidiar con una caja fuerte.
Todo de maravilla, hasta que llegó el día de su gran vergüenza, el oprobio de un fracaso.
Llegó un automovilista al local para solicitar que se arreglara la chapa de la portezuela. Melquíades tomó su herramienta y ofreció tener resuelto el problema en breve lapso. El conductor le respondió que no había prisa, pues debía realizar algunas diligencias.
Volvió a las dos horas, solo para encontrar al cerrajero atribulado frente al auto.
-¿Qué pasó? ¿Todavía no está lista?
-Híjole, respondió, no puedo abrir la chapa...
El dueño del vehículo soltó una sonora carcajada.
-¿Pues no que eras muy bueno en esta chamba? Resultaste bastante tarugo. Fíjate cómo la abro yo para que aprendas.
El hombre estiró la mano y quitó un lazo que amarraba la portezuela por el poste de la ventanilla.
-Anda, quítala y arréglala... Y para la próxima vez fíjate bien.
Melquíades no sabía dónde esconderse durante las siguientes semanas. Todo el vecindario se enteró de su ridículo.

No hay comentarios.: