12/21/2004

Derecho, sigue derecho

Carlos Alberto Patiño

¿Por dónde?, preguntó Gerardo. Derecho, respondió Jorge. Tú, síguete derecho.
Era la víspera de la Nochebuena.
Gerardo, el conductor que preguntaba por el rumbo que seguiríamos acaba de recibir un vocho del año como regalo.
Todavía ignoro por qué méritos se lo dieron, pues era imposible que fuera por sus calificaciones. El asunto es que en cuanto supo que recibiría las llaves del autito, llamó a mi hermano y a otros amigos para mostrarnos su obsequio.
Y nos apersonamos en su casa. Ni modo de recibir un auto sólo para verlo, así que a dar una vuelta.
-Ahorita regresamos, mamá, nada más vamos a probarlo.
Enfilamos por Insurgentes, con la idea de ir a parar a un café un rato y volver.
Pero nadie decidía dónde, así que seguíamos de frente. A la altura de San Angel, volvió a preguntar Gerardo. Derecho, respondió ahora el Roger.
¿Por dónde?, volvió a preguntar nuestro recién estrenado chofer, ya cuando íbamos por San Fernando. Derecho, le dije, Tú, sigue derecho.
En la caseta de la autopista a Cuernavaca, Gerardo ya no hizo la misma pregunta, sólo dijo derecho, seguimos derecho.
Bien, pensé, una vueltecita por la carretera servirá para aflojar la máquina.
En Cuernavaca, nos consultamos. Tomamos el café aquí o seguimos. Derecho, afirmamos todos. Sigamos derecho.
¿Saben? Yo no conozco el mar, comentó el dueño del coche.
Ya nadie volvió a preguntar. Un poco para disculparnos a nosotros mismos, nos decíamos, tomamos el café, y nos regresamos.
Y así fue. Llegamos a una cafetería de Acapulco, pedimos algo más que café, y antes de emprender el retorno, Gerardo se paró frente a la playa.
-Está imponente el mar, exclamó. Acto seguido se quitó los zapatos y fue a meter los pies al agua. Sólo eso.
Volvió, nos subimos al carro y tomamos la carretera.
Excuso decirles cómo nos fue a todos en nuestras respectivas casas por desaparecer sin avisar. Por poco y nos quedamos sin cena y sin regalos.
Contra nuestros temores, Gerardo conservó el vocho. No mucho tiempo, porque terminó por estrellarlo en una fea curva del Pedregal.


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