12/23/2004

Inolvidable Navidad

JESSICA ZERMEÑO
Era diciembre de 1992. La familia poco a poco llegaba a la casa de mis abuelitos paternos. Cinco tíos, todos casados, y 11 nietos hacían que esas reuniones tuvieran mucho calor de hogar.
Raquelito, mi abuelita, se esmeraba en preparar una rica cena, con ayuda de sus acomedidas nueras Mary, Miriam y Marce. Los hijos Zermeño, de vez en cuando visitaban la cocina para ver qué podían picar., mientras los nietos gritaban y corrían por toda la casa. Don Epi, mi abuelo, nos contaba historias a los nietos mayores sobre las travesuras de nuestros padres.
Esa Navidad sería especial. La cena estuvo, como siempre, muy rica, pues las manos delos hombres y mujeres de esa familia siempre han tenido un buen sazón, por lo menos en Navidad.
Recuerdo que terminada la cena, todos los primos insistíamos en regresar a casa. La espera del 24 era insoportable . La carta al Niño Dios o al, ya famoso en México, Santa Claus, la teníamos a veces antes de que el mismo árbol navideño fuera instalado en la sala.
Pero esa noche nuestros padres estaban muy entrados en la plática. Nadie se quería ir. Los niños estábamos desesperados, aburridos, intentando dormir o con la esperanza de que los regalos ya estuvieran esperándonos en el arbolito.
Mi abuelita, quiso animarnos, pero ni la famosa “magia celestina” nos hizo salir del berrinche. Fue entonces cuando mi tío Rodolfo advirtió sobre un extraño ruido en la azotea. El tío Toño, se preparaba a para asustar a los ladrones, cundo Ricardo, el hermano menor planteó la hipótesis de que era el gordo vestido de rojo, que nos visitaba.
Los tres tíos al frente de 11 sobrinos desesperados por regalos, emprendieron una silenciosa búsqueda del hombre de la barba blanca. Intentamos no hacer ruido y observamos a través de las ventanas de la recámara, pero llegamos tarde. Sólo se escuchó repicar unos cascabeles en el cielo y hubo quien juró haber visto a Santa y a su trineo.
Bajamos tristes por las escaleras. Habíamos asustado a Santa, y no habría regalos hasta el siguiente año. Fue entonces cuando las carcajadas de mi tío Pinos y de Pancho rompieron con la tristeza. Nos señalaron los muchos obsequios que nos esperaban junto con una sorpresa mayor. En el jardín de la abuela había aterrizado una casita de madera con 11 botitas de dulces, cada una con nuestros nombres garbados.
La verdad es que la magia de esa noche jamás se me olvidará.
Feliz Navidad.


No hay comentarios.: