11/23/2004

Amaneceres

Carlos Alberto Patiño

Los amaneceres son para mí, paradójicamente, el final del día. Ese momento en que la luz perfíla el inicio de la mañana, suele encontrarme despierto. Esa ruptura celeste del verdadero cambio de día me subyuga. Los tonos rojizos en el cielo me hacen evocar tantas cosas...
Mi primer amanecer está muy lejos, aunque sigue fresco en mi memoria. Fue mi padre el responsable. Ese día, dijo, habría que madrugar para ir a remar, La emoción por ir a pulsar una lancha era grande, por supuesto, pero era más grande lo que me aguardaba.
A las 4:30, vino la voz fuerte a despertarnos. Nadie chistó. En un rato todos estábamos bañados, peinados y listos.
En el auto sentíamos frío y cosquilleos. Fue lento el trayecto. Ahora entiendo que la calma era deliberada, porque don Jorge, mi padre, detuvo el auto antes de entrar al bosque -entonces los coches entraban a Chapultepec sin restricciones.
Luego nos dijo que miráramos al cielo.
Cuánta emoción. Ahí combatían las luces con la penumbra, y poco a poco se imponía la cabellera roja de la mañana a las sombras del día previo. Qué iba a saber yo lo que con los años eso significaría...
Luego, con toda la calma, buscamos una lancha. Remar, alcanzar la otra orilla, salpicar a los hermanos fue divertido, pero nunca tan emocionante como ese amanecer.
Los años y el oficio me dieron la vuelta. La primera vez que me alcanzó la luz después de trabajar me simpatizó. Ahora, es tan normal...
Adicto, pues, también a los amaneceres, me confieso.
Y ahora me doy cuenta de que los atardeceres, cuando la noche morena vence a las luces de ocaso, también merecen una historia.
Se las debo...

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