11/29/2004

Mari-iguana

Carlos Alberto Patiño

Su paso fue efímero, pero dejó huella. En cuanto llegó, supimos que se llamaría Mari.
Era una iguana que a todos nos pareció hermosa y simpática... Menos a mi madre.
La trajo un amigo de mi hermano, cuya madre tampoco alcanzó a percibir el encanto del bicho.
Lo del nombre era obligado, aunque no logramos discernir si el reptil era hembra o macho. De cualquier manera se quedó como Mari. También habíamos pensado que si conseguíamos un loro o perico, se llamaría Coco, aunque fuera perica o lora.
Pero nunca lo tuvimos.
No es que se tratara de una familia de drogadictos. Sólo que entonces parecía muy divertido escandalizar a padres y vecinos.
Mari-iguana debió pasar su primera noche en la caja de huevo en la que llegó. Ningún argumento convenció a mi madre de dejarla deambular por el departamento. Tampoco aceptó que pernoctara en el cuarto de mi hermano.
Al día siguiente, cuando mamá había salido, la Mari fue liberada.
Oteó un poco, y se quedó inmóvil. No se le veían muchas intenciones de desplazar, correr o saltar. Quizá era su iguanitud natural. A nosotros nos llegó el aburrimiento de verla tan poco activa, Y entonces empezó a moverse. Primero con parsimonia, y luego corrió a esconderse debajo de un mueble donde no la podíamos alcanzar. De ahí no salió en toda la mañana.
Se le ocurrió emerger en el momento menos oportuno. Justo cuando mi madre estaba parada junto al mueble. Al salir le rozó los pies y la hizo pegar un brinco digno de figurar en algún libro de marcas.
Lo malo es que la iguana Mari consiguió con eso su definitiva expulsión del hogar.
Fue a parar con otro amigo que ofreció llevarla a un rancho costero.
Eso nos dijeron y quisimos (y queremos) creerlo.
Tal nos dijeron. Que luego averiguáramos que en la casa del amigo eran aficionados a la comida exótica, no nos hizo temer por la Mari...
¿O sí?

17-10-04

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