11/22/2004

Sin luces

Sin luces

Carlos Alberto Patiño

Iba por la acera de Insurgentes. La chica, tras sus lentes oscuros, era guiada por su madre para sortear todos los obstáculos callejeros. Peatones, ambulantes, puestos de periódicos, baches, postes, escalones...
La muchacha demostraba una relativa habilidad, pero era notorio que no tenía mucha experiencia como invidente. No llevaba el clásico bastón, menos un perro. Su madre-lazarillo la protegía, pero en ella también se notaba la poca experiencia como guía. Las últimas veces que la llevó de la mano se remontaban a los años de primaria.
Era pues una cieguita reciente.
Las personas con las que se cruzaban y alcanzaban a observarlas ponían una cara de conmiseración que daba pena. Su rostro expresaba una gran tristeza por ver a una mujercita tan joven y de cierta belleza afectada de la vista.
Entraron a una cafetería. Ya al acomodarse en la mesa, el capitán y las meseras comenzaron a verla de forma extraña. No estaban acostumbrados a atender a una minusválida, y erraban en acomodarle los cubiertos y luego los alimentos.
Ella se dejaba guiar por su madre para localizar salsera, salero y vasos.
Al retirarse, las mismas caras de lástima la siguieron.
Sonó el celular de la chica. Ella lo sacó y levantando las gafas oscuras, miró el identificador de llamadas.
Los lastimeros circundantes se quedaron pasmados un momento y luego cambiaron su expresión a la de ofendidos. Por alguna razón, se sentían engañados. Ninguno se detuvo a pensar que su mala lectura de las conductas de la chica no eran culpa de ella.
No, no era ciega, pero sí acababa de pasar por una operación ocular que la obligaba a mantener los ojos cerrados.
Requería ayuda y apoyo, pero no lástima, como no la necesitaría si estuviera completamente ciega. Eso no lo entendieron los agraviados.
Peor para ellos.

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