11/22/2004

Inolvidable, amor en secreto

JESSICA ZERMEÑO

Parecía un domingo cualquiera, pero para él no sería así. Estaba a punto de cristalizar un sueño que anhelaba y se veía incierto. Eran las siete de la mañana. Vaya que tenía sueño. Hubo quien sugirió que cancelara su cita. Pero pensó en el tiempo que había esperado para que llegara ese momento. ¿Cancelar? No. Ni loco. Así que se alistó para visitar lo que él llama el paraíso. De la emoción llegó 35 minutos antes al Palacio de las Bellas Artes. A lo lejos, observó a una hermosa muchacha. De 27 o 28 años, no más. Ella distrajo su atención, pero seguía esperando a su acompañante. Caminó un poco.
Con asombro descubrió que ese negro y lacio cabello, que caía tan armoniosamente sobre aquel rostro celestial, que esos ojos color ámbar, brillantes, dominantes, radiantes como el destello de una estrella, que esos labios delicados como el pétalo de una rosa y esa voz, siempre amable, firme, dulce, eran de la musa que podía acelerar su ritmo cardiaco. Se sintió tan vulnerable, sumiso y frágil ante aquella hermosa mujer. Se dio cuenta que era su acompañante. Entraron a disfrutar de la función. Al término fueron a desayunar. En algún momento, se hizo un silencio que parecía eterno y pensó que aquella eternidad a lado de ella siempre sería un privilegio.
El desayuno transcurrió rápido. Ella hablaba y él la admiraba en silencio. Respetuosamente. Mágicamente, idealizando y guardando el recuerdo del paraíso terrenal que era estar a su lado.
Luego, cada uno se marchó en direcciones distintas, con la promesa de un nuevo encuentro. Así se avivó en él la ilusión de otro instante. Junto a aquel ángel caído del cielo.

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