11/29/2004

Por la Rojita

Carlos Alberto Patiño

Que era un vago, sí, lo era. Y que conocía bien las calles y la manera de sobrevivir en ellas, también. Pero le llegó su momento, como a todos.
Lo primero que hacía al despertar era estirarse, sacudir todo el cuerpo y lanzarse al recorrido cotidiano. La ruta, perfectamente definida. Empezaba por revisar su cuadra. Los postes de la colonia estaban ya bien marcados, pero cada día había que reafirmar el dominio en el territorio.
Luego a la carnicería. Ahí lo esperaba algún hueso con carne que roer. Los despachadores del comercio sabían que una buena amistad con un individuo de esa calaña podría resultar muy útil en esta ciudad tan insegura.
Luego, si era día de tianguis, pues a recoger las cuotas de los vendedores o a sisar alguna mercancía mal cuidada por los comerciantes díscolos.
Ya más tarde había que inspeccionar los contornos del barrio. A ver si no había por ahí otro gandul como él que quisiera disputarle la zona.
Lugo se tiraba por ahí a tomar el sol o a guarecerse dela lluvia, según la temporada.
Más tarde regresaba con sus amos a reclamar la comida del día, como si no hubiera recibido ya su colación en otros lados.
Así la rutina, hasta que un día se le atravesó La Rojita. Guapísima, ella. Con porte, juventud y alegría.
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Nada más que la aludida se refugiaba tras una reja inexpugnable. El ya era perro viejo, hecho a las costumbres, pero a partir de entonces varió su rutina. La veía, la llamaba, y ella, adentro, si acaso le lanzaba una mirada desdeñosa. Cuántos días con sus noches pasó vigilando la verja con la esperanza de que se abriera.
Ya lo daban por perdido.
Casi a desgana cumplía sus recorridos, unos días sí y otros no, para cuidar esa maldita valla.
Lo peor es que la calle se llenó de admiradores de la susodicha. Con todo, perseveraba.
Y llegó por fin el día en que una sirvienta descuidada dejó la reja abierta. La Rojita salió a la carrera hacia la calle. El se quedó paralizado por instantes y se lanzó tras ella. Por la calle avanzaba un carro a toda velocidad. El quiso advertirle del peligro y trató de acercársele. La hembrita, cuando lo vio cerca, corrió más rápido. Sí, ella estaba a salvo, pero nuestro amigo se quedó paralizado al verla huir. Así fue como lo alcanzó el auto.
Ahora, medio cojea y teme acercarse a la reja. No por los coches, que todavía sabe librarlos.
Es por otros miedos que no se atreve a confesar.

13-06-04

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