1/18/2005

Cosas de viejas

Jessica Zermeño

Fue un fin de semana casi ciento por ciento masculino. El lugar de visita: Nepantla. Un recóndito lugar antes de llegar a Cuernavaca, todavía perteneciente al Estado de México.
La aventura se preparó en unos cuantos días. Carlos, Augusto, Marco, Diana y yo emprendimos el viaje; en el trayecto recogimos al “Primo”. Llegamos a la una de la madrugada. La puerta tenebrosa del jardín se abrió con dificultad; al pasto le hacía falta una podadita. Ellos buscaron la leña. Diana intentó coordinar la puesta de la tienda de campaña. Yo detenía, casi congelada, la linterna. Por fin encendieron la fogata. Los primeros minutos se salió de control. El pasto seco provocó que pronto se extendiera, pero pasado el susto sirvió para darnos calor.
Esa noche la batería del auto de Marco se bajó. El fantasma del “campesino” nos aterrorizó a tal grado que no quisimos conocer su historia.
Al día siguiente Diana y el “Primo” partieron de regreso a la ‘Ciudad de la Esperanza’; nosotros visitamos el museo de Sor Juana Inés de la Cruz. He de confesar que llegamos ahí en busca de un baño, pero también dimos un recorrido por el lugar.
A las nueve de la noche llegaron dos viejos amigos, Manuelito y “Páramo”.
La velada apenas comenzaba. Eran cinco hombres sedientos de cervezas. El pueblo más cercano estaba a quince minutos. Nos lanzamos por las “chelas”. Marco, bien apodado “el Santo”, en su versión 2005, se quedó a cuidar el fuego. Y desde esa noche es un fiel sobreviviente de la furia del famoso “campesino asesino”.
Yo quemé bombones. Ellos prefirieron apresurarse a consumir sus bebidas. Fue entonces cuando -lo que para algunos “es cosa de viejas”- el chisme, se dio en su máxima expresión.
Los cometarios surgieron siempre sobre un tema: las mujeres. Y heme aquí, una digna representante del género femenino, que presenció que ellos también chismean ¡y hablan de nosotras! Les duele que los ignoremos. Hablan de lo bien que vestimos. Nos hacen buena o mala fama.
Algunos ríen con las metidas de pata. Otros extrañan la amistad con una chica que ya no los quiere cerca. Uno más sufría por la novia que estaba celosa a muchos kilómetros. Uno prefirió no participar en la plática, ese era mi novio. Y el último usó la filosofía de la discreción, aunque sus gestos revelaban sus aciertos y disgustos con la plática.
Lo cierto es que esa noche, en medio de un cielo despejado, las estrellas tuvieron nombres y siempre fueron de mujer.

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