1/25/2005

Ovalo Infinito

Carlos Alberto Patiño

Caminar. Eso es lo que hacíamos muchas tardes, cuando las tareas no abundaban, los amigos preferían ver la tele y no juntábamos lo suficiente para el café.
Además, Roger tenía -y mantiene- una manía ambulatoria inagotable.
Así que enfilábamos sin un destino preciso. Sólo recorriendo calles, charlando y conociendo la ciudad a pie.
Un día, nuestra marcha nos llevó a los rumbos de la Condesa. Ese fue mi primer contacto con el Art Decó. Aun ignorando las cualidades de ese estilo, la fuerza de la geometría arquitectónica me maravilló.
Comentábamos las formas de éste o aquél edificio, cuando derivamos a una calle con camellón. Infatigable, como digo que es el Roger, mi hizo seguirlo por esa ruta.
Entre la plática, algunos altos para ver detalles de las construcciones y, por supuesto, las miradas a las chicas que paseaban por la avenida, pasamos un largo rato.
De pronto, nos dimos cuenta de que las casas se nos hacían familiares. Una chica de pelo rizado dividido en coletas, asomada a la ventana, que ya había provocado nuestros comentarios, confirmó que caminábamos en círculo, como los exploradores perdidos en los bosques. Sin embargo, ¡estábamos en plena ciudad de México!
Años después supe que la avenida seguía el trazo de lo que fue la pista del Hipódromo que ahí hubo.
Para Roger, fue un hallazgo apoteótico que colmaba con creces sus afanes de andarín.
Era inevitable. La siguiente ocasión que nos encontramos sin deberes urgentes, ni siquiera hubo que preguntarnos a dónde iríamos.
Nos aguardaba el óvalo infinito de la calle de Amsterdam.

No hay comentarios.: