1/24/2005

Sin horario para matar

Jessica Zermeño

Era un viejo y ruidoso edificio de la colonia Juárez. Los más de 30 departamentos impedían la vida social entre los vecinos. Pocas personalidades eran reconocidas en los angostos pasillos. Las costumbres hacían que de alguna u otra manera se les identificara.
A los vecinos del 15 seguido los veían cocinando. Pero las vecinas de abajo, las del 9, tenían una sería queja contra ellos, pues les resultaba muy molesto que a las dos de la mañana realizaran el cambio de sus muebles.
Cierta noche, los gritos del 15 hicieron que el inquilino del 16 saliera en su auxilio. Un par de ratones de apenas unas semanas volvieron loco al edificio. Eran casi las tres de la mañana y la cacería apenas comenzaba.
Al tercer día un nuevo arrendatario volvió a perturbar la tranquilidad del lugar.
Eran las once de la noche y otra vez el arrastre de los muebles volvió a llamar la atención de las vecinas de abajo, quienes no entendían por qué sus vecinos tenían una sería obsesión con el movimiento del mobiliario del hogar.
Esa madrugada, las muchachas del nueve emprendían la tarea de preparar una rica cena a las dos de la mañana. Fue entonces cuando el correr de un peludo y diminuto ratón rompió la paz del edificio.
El grito aterrador de dos mujeres frente a la presencia de un roedor recorrió cada rincón del edificio.
Las chicas subieron a la cama. Desde ahí enfrentaron a la fiera. El ratón intentó escapar, cuando el reflejo inconsciente de una escoba en mano tapó el camino aventurado del descarado huésped.
Su frágil cuerpo quedó sin fuerza a unos pasos de la puerta. La valentía no era suficiente como para dar el golpe de gracia con la escoba. Fue entonces cuando un gentil caballero ayudó a matarlo sin remordimiento con un pisotón, con la esperanza de que eso le devolviera la calma para volver a dormir.
Ese día descubrieron que no hay hora para matar, cuando un ratón amenaza con quedarse y hacer de ese su hogar.

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