1/24/2005

Deporte extremo

Jessica Zermeño

(Otra crónica de edicón extemporánea)

¡Pásele, súbale hay lugares!, grita una mujer mientras espera a que el conductor le de una moneda por el anuncio.
Un hombre apresura el paso para alcanzarlo. El chofer mueve unos centímetros su unidad, luego de hacer una base express en Insurgentes y San Cosme.
Claro que esto no está permitido, pero que más da esperar dos semáforos para llenar la unidad.
Todos listos, destino final Indios Verdes. De ahí en adelante sólo habrá seis paradas.
Con tráfico o sin él va a más de 90 por hora. Esquivando de carril en carril. La avenida es toda suya, los demás automovilistas les tienen pavor. Pocos son los valientes que no los dejar pasar, es mejor no pelear.
Quién puede contra ellos. Te avientan el camión. Se meten a la mala. Siempre de lenguaje florido y un vasto repertorio de señales obscenas, por si alguien les toca el claxon.
Y es que también tienen su corazoncito, por eso se indignan, si el pasaje les hace una pequeña observación de su forma de manejar.
Los que llevan prisa, hasta se alegran de que exista tanta impunidad. Los amantes de la adrenalina viven la intensidad del manejo extremo. Algunos jóvenes hasta juegan parados sin sujetarse de nada.
Insurgentes, una avenida dotada de buenos altibajos, brinda la maravillosa experiencia de sentir como se sube y baja el estómago, por lo que es necesario aferrarse muy bien del asiento para evitar los rebotes. Y ahí va la unidad deshaciéndose de tanto traqueteo, el ruido que hace no permite que se escucha la estación de radio por las viejas bocinas, que truenan de manera infernal.
Hasta el amor se deja ver en los asientos donde los enamorados decidieron hacer público su romance, y que más público que el camión donde miles de personas viajarán y leerán que se aman.
A qué diversas sensaciones puede causar el viajar en el transporte público, donde por sólo tres pesos con cincuenta centavos te va como en la Feria.

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