1/25/2005

Ilusión amarrada

Jessica Zermeño

La tarea de conseguir el sustento se había convertido cada vez más difícil. Sobre todo en día festivo. Las calles estaban vacías. Fueron pocas las familias que salieron temprano de casa. Aún así comenzó su lento andar en busca de algunas monedas.
Su triste aspecto era el único motivo de la dádiva de los demás. Hace unos meses, aún tocaba una pequeña armónica. Aquella que encontró entre los escombros de una bolsa de basura.
Los días de música de viento habían terminado tras su último ingreso al hospital. Ese día cayó desmayado. De él se encargó la Cruz Roja. Pero a su armónica la olvidaron en la calle de Florencia.
Su vida se volvió más solitaria. Un pobre viejecillo sin música no podía más que esperar el sonido de una moneda caer en una lata. Pero la ciudad estaba vacía. Los comercios cerrados. Pocos vehículos que persuadir con una mirada. Desanimado caminó por las calles rumbo al Zócalo.
Su difícil andar lo hizo tropezar. Su visión apenas pudo reconocer aquel brillo tras las rejillas del respiradero del Metro en la avenida Chapultepec.
Una vieja armónica le llamaba a tan sólo unos 60 centímetros de distancia. Buscó un pedazo de alambre con el cual maniobrar el rescate del instrumento.
Se posó sobre la rejilla y paciente buscó la manera de sacar de ahí la que sería su única pertenencia. Tardó más de una hora. Su cansado pulso lo hacía perder el objeto. Estuvo a punto de rendirse, pero la ilusión de la música lo inspiró.
El agua había oxidado su valioso bien. Pero no lo abandonó, aprendió a obtener de esa triste armónica un sonido especial que le acompaña en días, tardes y noches de soledad. Ahora la ha amarrado a su cuello, para no volver a dejar su vida en la calle.

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