1/24/2005

¡Una de limón!

Jessica Zermeño

Poco he de saber yo de la historia de ese mágico lugar. Pero puedo hablarles de mis recuerdos.
Era el premio por una buena calificación. Por dejarme sacar algún diente, tras una visita con la malvada dentista. Hasta para festejar cumpleaños o sacar de la depresión a algún miembro de la familia.
No recuerdo la primera vez que mis papás me llevaron a la Nevería París. Era yo muy pequeña. Pero desde entonces tomábamos todo Insurgentes hacia el Sur y casi en la esquina con Antonio Caso, papá detenía el auto. Sí, en plena avenida Insurgentes.
El lugar es tan pequeñito y está como escondido entre los grandes edificios que a veces el local pasa desapercibido.
Es como viajar en el tiempo, pues no pasa por ahí desde hace varias décadas. Ahora hay muchos jóvenes que atienden el lugar, pero antes un señor de cabello canoso y arrugas marcadas nos contaba cómo mis abuelos llevaban a mis tíos y a mi papá al sitio.
¡Ay, el travieso de tu padre!, recordaba el nevero, siempre era el primero en pedir: ¡Una de limón!
Y es que no sólo se puede hablar del lugar y la atención que sus dueños dan. Sin duda lo que la hace especial es el sabor de sus nieves y helados, nada comparado con los productos comerciales donde las manos del nevero son sustituidas por maquinas.
Poco conocedor era aquel que se atrevía a pedir un helado sencillo.
Además nunca dejamos la oportunidad de llevar un poco de la fría delicia para casa. El caos era con la gran variedad de gustos familiares. Limón, mamey, chocolate, yogurt, vainilla, piña, fresa, queso y zarzamora. Era difícil tomar una decisión. Finalmente, el sabor que fuera, al llegar a casa no duraba ni dos horas.
La receta mágica de hacer tentaciones heladas sigue pasando de padres a hijos. Esa misma ha hecho que mi familia lleve tres generaciones probando las famosas nieves de “La París”.


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