1/24/2005

Un sueño abandonado

Jessica Zermeño

Siempre pensé que sería una biologa marina. Una de las más apasionadas. Aunque nunca fue muy buena en biología, su amor por los delfines era realmente innegable. Seré biologa marina, decía sin saber que implicaba esa profesión.
El primer contacto con estos simpáticos nadadores fue en el zoológico de Aragón. Ciertos sábados solíamos salir con patines en mano, para visitar a todos los animalitos. Pero a petición de ella, entrabamos al maravilloso mundo acuático. Del cual era imposible salir secos.
Eran las buenas épocas del Zoológico de Aragón. El Acuario era una atracción que podía facinar a cualquiera. Los lobos marinos y sus ocurrencias robaban las risas de los espectadores.
Nunca olvidaré aquel viejo lobo marino, de nombre Astro, que en alguna función me declarará su amor frente a cientos de espectadores. El animal, que superaba mi altura y peso por mucho, selló nuestro amor con un tremendo beso con olor a pescado. Tampoco olvidaré como una semana más tarde, en plena función, me cambio por otra. ¡Vaya humillación conocí a mi rival!
Los delfines eran los consentidos. Los saltos. Las peropecias y espectáculo que daban hacía pensar a muchos en tener una alberca en casa para tener un animal de tal inteligencia. Ellos robaban todos los aplausos de la función.
Desde ahí ella pensó en dedicarse a entrenar y cuidar de los delfines. La familia se burló de ella. Sí no lograba enseñarle ningún truco a nuestra mascota, cómo pretendía entrenar a un delfín.
Todos contribuyeron a acabar con ese gran sueño de niña. Cada año se le llenan los ojos de ilusión cuando entra a nadar con ellos. Cerca de hora y media vive los minutos más emocionantes de su vida. Les da de comer. Los toca. Les da órdenes y guarda en imágenes de video la realidad que dejó pasar, sólo porque alguien le dijo que no lo podría lograr.

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