1/24/2005

Espíritu Olímpico

Jessica Zermeño

El deporte nunca había sido su fuerte. En la secundaria siempre era golpeada por los balones de básquet o de voleibol. Su resistencia para las carreras no era buena. Intentó en alguna ocasión la natación. Siempre obtenía el último lugar. Aún así deseaba llegar temprano a casa. El espíritu olímpico siempre ha contagiado hasta a los menos diestros en el deporte.
Eran las olimpiadas de Barcelona 92. Tenía tiempo de sobra para ver las trasmisiones por televisión. Poco entendía de reglas, pero tenía cierto gusto por las gimnastas. ¡Y es que quién no quiso ser una!
El gusto no era tan compatible con sus habilidades. Eso sin destacar que a los 12 años poco podía hacer ya. Entonces culpó a su madre. Aún lo hace, “por qué nunca me metió a clases de gimnasia”.
Pero a pesar de eso, tuvo acercamientos con tal disciplina. Durante esos juegos olímpicos, todo un gimnasio fue armado en la sala de la abuela. La vieja alfombra servía de área para los ejercicios libres. Ella, su hermana y una prima eran las competidoras. Otra hermana era obligada a ser el juez de la contienda.
La viga la improvisaban con dos bancos de la barra de la cocina y una madera de más de 20 centímetros de ancho. Ahí las acrobacias no eran tan espectaculares, pero era tal el riesgo que hubo varias lesiones entre las gimnastas.
Finalmente los ejercicios en las barras paralelas, eran adaptados a una sola del columpió del patio.
Los puntos en las diferentes disciplinas eran sumados. Las competidoras se ponían nerviosas al desconocer el resultado de la calificación del forzado juez. Finalmente eran nombrado el primero, segundo y tercer lugar. Y orgullosamente tomaban su lugar en el podium organizado con los sillones de la abuela. Nunca ganaría una medalla olímpica pero el sueño ficticiamente se había cumplido en aquellos días de infancia.

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