1/24/2005

¿Mentiras piadosas?

Jessica Zermeño

El ocio es la madre de todos los vicios. Así estaba Héctor. Viernes por la noche. Los amigos lo habían abandonado. El trabajo lo tenía aún en la oficina, mientras los otros se divertían en alguna cantina. Pensó en alcanzar la diversión. Pero tenía flojera. Navegando por la red mató el aburrimiento. Había descubierto por qué sus hijos pasaban tanto tiempo en Internet.
Encontró un chat. Al principio le costó trabajo entender como comunicarse. Eligió un nip. “El magnífico”. Ni él se la creía. Saludo a los cibernautas. La sala de relaciones amorosas parecía una buena opción para su “alma solitaria”.
De pronto una ventanita con un saludo. Hola, ¿cómo estás? No cabía de emoción. Había una chica al otro lado de la red. Todo fue cordial. Las primeras preguntas fueron tímidas y al mismo tiempo básicas para tantear el terreno. La hora de la descripción llegó. ¿Cómo eres? Sí que le fue difícil describirse. Intentó por sobre todas las cosas decir la verdad. Finalmente su retrato bien hubiera dado la foto del galán de la telenovela de las 8 de la noche. Ella, se leía como una belleza.
Pero la verdad es efímera cuando no la puedes comprobar, a menos qué... alguien quiera una cita. El corazón de Héctor latió a mil por hora. Cómo bajaría en tres días los 15 kilos que omitió en su descripción un poco manipulada. Pensó en cancelar la reunión y justo cuando lo iba ha hacer, su amiga del chat había perdido la conexión.
Dudó en asistir, pero la curiosidad era mayor. Llegó puntual a la Fuente de Cibeles. A unas cuadras de Insurgentes. Caminó como cualquiera y trató de reconocerla antes que ella a él. Claro que la chica jamás lo haría por la descripción física. Aún así la buscó. Una chica de 20 años vestida de blanco sería fácil de identificar. Y la encontró más rápido de lo que imaginó. Ya la conocía. Era su hija, esa con la que todas las noches pelea para que deje de navega por la red.

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