1/25/2005

La primera vez

Crónicas al vuelo


Carlos Alberto Patiño


Era un gran acontecimiento. Para todos, esa primera vez era una especie de ritual. Claro, eran otros tiempos. La emoción con la que los capitalinos concurríamos a conocer el Metro era muy especial.
Durante dos años habíamos observado las excavaciones y en las pláticas todo mundo se preguntaba cómo sería eso de viajar en un tren eléctrico subterráneo. Algunos auguraban descarrilamientos, choques y hasta centenares de asfixiados en los túneles cuando los convoyes quedaran detenidos a la mitad de su trayecto por falta de energía.
Esos eran los pesimistas, pero los demás estábamos emocionados y hasta un poco orgullosos de que nuestra ciudad tuviera un Metro.
Esa primera vez compré mi planilla de boletos en una tienda cercana a la estación Salto del Agua. Entonces los boletos se vendían en los comercios para evitar las colas en las taquillas. Mi previsión resultó innecesaria. Era poca la gente que a las 10:00 de la mañana usaba el servicio, y eso que ya había pasado una semana de la inauguración.
Dudé hacía dónde ir. Tampoco había mucho para escoger. O a Zaragoza o a Chapultepec. Ese era el único recorrido.
Ver entrar a la estación un tren, limpio, silencioso, nuevecito, fue una gran experiencia. Y luego la precisión con la que se abrían las puertas y el sonido que alerta del cierre me dejaron sorprendido.
Casi todos los que íbamos en el vagón lo hacíamos como un paseo. Era la novedad la que nos llevaba a abordar el transporte. Además, las conductas también eran nuevas. Había un dejo de solemnidad generalizada. De alguna manera sentíamos que no podíamos comportarnos igual que en un simple camión. Teníamos que ser corteses y parecer civilizados.
La experiencia fue corta, así que había que repetirla. Pasé por el torniquete (todavía no sabía que podía cambiar de sentido sin salir de la estación) y busque la entrada para ir a Zaragoza.
Diez vueltas después, ya me sentía yo un experto. Y estaba dispuestísimo a viajar toda la semana de un extremo a otro de la línea.
Ahora, siempre que puedo, evito el Metro.

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